20 de octubre de 2009

HENNING MANKELL: EL HOMBRE INQUIETO. COMENTARIO

Tras nueve novelas y un libro de relatos cortos, El hombre inquieto, la última obra de Henning Mankell, se anuncia como el adiós del inspector Kurt Wallander.


El hombre inquieto es Hakan von Enke, capitán de fragata retirado de la Marina sueca y, además, suegro de Linda, la única hija de Kurt Wallander.
Durante su fiesta de cumpleaños el oficial le relata a Wallander cómo se vio involucrado en los sucesos ocurridos en los años 80 cuando submarinos soviéticos invadieron en varias ocasiones las costas suecas y los sectores más derechistas del país culparon entonces al Primer Ministro socialdemócrata Olof Palme.
El inspector Wallander nota a su consuegro nervioso y demasiado preocupado por unos hechos ya lejanos. Poco tiempo después, von Enke desaparece durante su paseo diario por Lilljansskogen. Cuando Louise, la esposa del militar, sufre la misma suerte y posteriormente es hallada muerta, todo hace suponer que las incursiones submarinas rusas siguen teniendo repercursiones aunque hayan transcurrido casi treinta años.
Kurt Wallander aprovecha unos días de sanción y unas pequeñas vacaciones veraniegas para investigar por su cuenta lo sucedido. Al final, en solitario, dejándose llevar por su intuición, es la única persona que logra desentrañar parte del misterio.
En El hombre inquieto, aun más que en otras novelas de Mankell, la figura del entrañable inspector Wallander se eleva por encima de la trama, algo previsible.
El rasgo más característico del famoso personaje de Mankell es su humanidad. No se tiene constancia en el olimpo del género negro de ningún otro detective (por definición, especie casi sobrenatural) que padezca insomnio, que enferme como cualquier otro mortal, que pierda los empastes dentales, que sufra derrotas en batallas de amor, que reciba multas de tráfico, que negocie créditos bancarios, que discuta con su padre y con su ex-mujer, que llore, que explote en arrebatos de ira y que, además, tenga tiempo para resolver con éxito sus investigaciones.
En esta última entrega, Kurt Wallander, que ya es abuelo, tiene sesenta años y ha cumplido por fin su sueño de vivir en el campo, acompañado sólo por su perro Jussi.
En soledad, enfermo de diabetes, con sobrepeso, y sufriendo los primeros síntomas de alzheimer, siente cómo se acerca el final. “La muerte había sido un componente más de su existencia desde el día en que, siendo muy joven, recibió una cuchillada a unos míseros centímetros del corazón. Cada mañana veía el rostro de la muerte en el espejo. Pero ahora... la sentía súbitamente cercana.”
De forma autocompasiva y patética, según él, el inspector de la Comisaría de Ystad hace balance y resume el sentido de su existencia: “se había esforzado por formar parte de las fuerzas benignas en este mundo.” Por su cada vez más frágil memoria desfilan los recuerdos de sus seres queridos, los principales momentos de su vida (“El primero, el día en que me opuse a la voluntad de mi padre y me convertí en policía.”), sus inicios en la profesión de la mano del inspector Rydberg, sus más notables casos...
En El hombre inquieto todo apunta a despedida. Incluso Baiba, su último amor, viaja desde Riga para decirle adiós en emotivas páginas. Y, por supuesto, Kurt Wallander se despide de nosotros. Lo vamos a echar de menos.

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RAMIRO PINILLA: SÓLO UN MUERTO MÁS



Ramiro Pinilla García (Bilbao, 1923) es un escritor de larga trayectoria, que nadando a contracorriente, incluso publicando él mismo sus novelas, ha obtenido importantes galardones literarios. Si en 1960 ganó el Nadal y después el Premio de la Crítica por Las Ciegas hormigas, en los últimos años su trilogía Verdes valles, colinas rojas (Tusquets, 2005) ha obtenido el Premio Euskadi de novela, de nuevo el de la Crítica, y el Nacional de Narrativa.

Su primera novela, Misterio de la pensión Florrie (1944), publicada como Romo P. Girca, fue una incursión juvenil (como el ingenuo juego con las grafías de su nombre y apellidos para componer el seudónimo) en el género policial que se vendió en los quioscos al precio de 3 pesetas.

65 años después, Ramiro Pinilla vuelve a sus orígenes con Sólo un muerto más (2009, Tusquets), novela que dedica con ironía a su alter ego Romo P. Girca en recuerdo de su debut literario que, según él mismo reconoce, fue muy malo.

En el paisaje autobiográfico y literario de Getxo y de la playa de Arrigunaga sitúa Ramiro Pinilla a su protagonista Sancho Bordaberri, librero y autor compulsivo de ficciones policíacas que las editoriales le devuelven, una y otra vez, con la misma perseverancia que él emplea en escribirlas. Cuando su decimosexta novela sufre la misma suerte que las anteriores, decide tirarla al mar y abandonar su carrera. En ese mismo momento, contempla desde la playa la peña de Apraiz donde diez años antes, en 1935, se cometió un crimen: los hermanos gemelos Altube, no muy queridos en el pueblo, fueron encadenados a una argolla para que “la pleamar los ahogara.” Uno de ellos murió.

El recuerdo del crimen le abre los ojos: su camino literario deberá discurrir por el realismo, que, además de entregarle una novela le permitirá resolver el asesinato. Es así como Sancho Bordaberri para administrar justicia se convierte en el detective Samuel Esparta, nuevo Sam Spade, auxiliado por la rubia oxigenada Koldobike en el papel de secretaria de su improvisado despacho donde, a falta de clientes a cincuenta pesetas diarias más gastos, recibe palizas falangistas. Es así como el librero, a pesar de llamarse irónicamente Sancho, se transforma en un moderno Don Quijote de posguerra que, en vez de libros de caballería, ha devorado a Hammett, Chandler, Cain y Himes, y que, en lugar de armadura, viste traje, corbata y sombrero porque así lo exigen los cánones del género negro.

Sin duda lo más interesante de Sólo un muerto más reside en este juego intertextual o metaliterario que está en el origen de la propia novela: el caso ahora aclarado aparecía sin resolver en Verdes valles, colinas rojas, la aclamada trilogía de Pinilla.

Menor interés tienen en esta obra, me parece, las referencias a una posguerra española comandada por poetas falangistas que tan pronto loaban en ripios sonoros el imperiohaciadiós patrio como ajusticiaban a los rojos separatistas vascos o se forraban con el estraperlo.

Estaremos al tanto de la anunciada continuación de las aventuras del detective librero Samuel Esparta.